miércoles, 4 de noviembre de 2009

"Silencio en la sala..."


El silencio… ese momento de vacío en el que por fin te encuentras con tu propia soledad. Un momento en el que te puedes preguntar ¿Acaso hay algo alrededor? Pocos son los momentos que podemos vivir así, por eso, en mi opinión el silencio no es más que otra de esas utopías que todos pretendemos y que nunca alcanzaremos.

Ahora bien, en este caso el silencio al que aludimos es aquel que deja de lado el ruido, el cuchicheo y el tintineo continuo de las palabras, ese hilo musical tan molesto, que llega a levantar dolor de cabeza y del que parece algunos son grandes devotos. Debo decir que el silencio en el aula es fundamental. Habrá quién en este momento piense, los niños son muy ruidosos, inquietos y a fin de cuentas tenemos que apechugar con ello. Dejemos por un momento la vaga idea de culpar a los más pequeños de los errores de los mayores.

Soy hija, en mi casa las comidas suponen una odisea para poder contar algo. En condiciones habituales las interrupciones, las dobles conversaciones y el ruido que provocan 6 personas hablando se hace casi insoportable para poder escuchar la conversación de la persona que tienes enfrente. Soy alumna, y desde mis más vagos recuerdos siempre hemos tenido el sector “mosca”, para mí cojonera por cierto. Compañeros que proclaman a los cuatro vientos su falta de interés, de respeto y por supuesto hacen evidente que sus vidas están llenas de aventuras que no pueden esperar a contar en los momentos adecuados para ello. Y soy trabajadora, en concreto teleoperadora, en algunos momentos. Es maravilloso tener un cliente al teléfono dándote voces porque no le ha llegado su lavadora, y que te diga aquello de: Señorita ¿me escucha? Y cuando con una sonrisa le confirmas que estás al otro lado del teléfono, prestando muchísima atención te pregunta que si puedes hacer por reducir el nivel de ruido porque el que no te escucha a ti, es él.

Y bien, todo esto ¿para qué? Es sencillo, haciendo alusión a una cita que leí en algún sitio, y lamento tanto no recordar dónde por poder citar la fuente, haré mi planteamiento. Dicha cita decía así:

"La palabra es escuchada atentamente cuando se percibe detrás de ella el silencio...el silencio es el contenido secreto de las palabras que valen...lo que da valor a una persona es la riqueza de lo que ella no dice..."

La clase no es el lugar propio del silencio, pero sin él tampoco hay posibilidad de encuentro educativo. No es necesario y así lo creo firmemente, el silencio rotundo, absoluto, en un aula. Y no ha de ser así, porque seguramente sea más que beneficioso todo aquello que se pueda decir para el resto de los presentes. Pero si soy partidista de aquellos que distribuyen por momentos las intervenciones. Un momento para escuchar y un momento para hablar, es entonces cuando posteriormente el conocimiento es reflexivo e interiorizado, que no nos olvidemos, es uno de nuestros objetivos como docentes. Bajo ese lema tan sencillo en la teoría se oculta una praxis más que difícil que poner en práctica. El barullo constante lo único que consigue son manifestaciones tales como: el mal humor, la desconcentración, o el estrés de la persona que no sólo habla en su momento sino que intenta escuchar.

Como docentes tenemos la tarea de impartir matemáticas, lengua, conocimiento del medio. Áreas que se suponen imprescindibles para la vida adulta. Pero también es necesario enseñar que no siempre es momento para hablar. Que hablar cuando no te toca es no respetar, que mantener una conversación constante, cuando el momento es el de escuchar al profesor, o a los demás, es sin duda una burla a aquellos que si guardan silencio. Es el momento por tanto de plantear algunas de las técnicas que nos permiten conseguir un poco de “silencio”.

1. Apagar la luz por un par de segundos. Por experiencia propia sé, que en las escuelas infantiles, al menos las que yo conozco esta técnica está relacionada con el momento de irse a dormir. Por ello, el silencio lo hacen con luz intermitente durante unos 30 segundos, consiguiendo por lo general el efecto que se quiere.

2. Otra de las técnicas popularmente conocidas es aplaudir. Se suele pedir a aquellos alumnos que estén atentos que aplaudan apoyando al profesor. El grupo se irá acrecentando a medida que las palmas sean más numerosas.

3. Hablar en voz baja. Es importante que un maestro no siempre use un tono monótono de voz, no obstante, es una de las técnicas que más funcionan, sobre todo en cursos de niños más grandes, disminuir poco a poco el volumen de la voz. Realmente es una medida eficaz, si no se abusa de ella todos los días, que consigue el silencio de manera rápida.

He seleccionado estas tres técnicas de silencio porque dentro de que son las más convencionales, bajo mi humilde experiencia con niños de todas las edades, son las que desde luego bien usadas te dan buenos resultados. No obstante, yo tengo mi propia regla para el silencio. Y en mi clase funcionó muy bien. Por eso quiero haceros participes de ella, por si en algún momento os sirviera de ayuda con un grupo numeroso de niños.

En mi clase teníamos el semáforo del silencio. Un semáforo entendido como tal, con sus tres colores. El rojo representaba el momento en el que más ruido había, el amarillo el barullo molesto, y señal de advertencia y el verde representaba el buen comportamiento de toda la clase. Según iba hablando en clase, o estábamos trabajando sobre una actividad, incluso en los momentos de trabajo de talleres, los niños estaban muy atentos. Si comenzaban hablar mucho, y sin parar la explicación la profesora (en este caso yo) se acercaba al semáforo y ponía la luz roja. Inmediatamente, cuando los niños que hablaban se daban cuenta hacían silencio.

Es una actividad sencilla. Mi semáforo no era cosa del otro mundo. Tres círculos blancos por un lado, y verde, rojo y amarillo por la otra cara. Colgados de un pequeño cordel. Un semáforo que hicimos entre todos los niños, cuando nos dimos cuenta que hablábamos mucho en clase y molestábamos a los compañeros. No hizo falta poner sanciones, ni prometer recompensas, es muy importante que siempre se motive a los niños con estas actividades, que las sientan suyas, que las sientan propias. Respetan su trabajo, y también el de los demás porque todos contribuimos a realizar esa tarea. En base a mi experiencia he de decir que lo he trabajado con infantil y con primaria hasta 4º. No sé, los resultados que podrá dar en cursos superiores. Pero si tengo muy presente una cosa, no importa el instrumento que se utilice, siempre que sepamos como lo usamos. De todos modos a mí, cuando era pequeña y seguramente muchos la recordéis la que más me gustaba, era esa cancioncilla que decía:

“Silencio en la sala, que el burro va hablar, el primero que hable, burro será”

Anda que no fuimos burros todos alguna vez.

Educar para la vida y educar bien. Ese debe ser nuestro objetivo, y por ello, debemos trabajar desde la más temprana edad. Creemos un hábito y hagámoslo bien. La autorregulación, el autodominio, y el respeto ya no sólo a los demás sino también a uno mismo. ¿De qué sino estamos aquí? Son cosas que debemos enseñar y que sin duda se nos pasa por alto en muchas ocasiones. Sucede entonces que se llega a la universidad y la única comparación resultante es juzgar a todos por igual como si niños de colegio se tratase. Que cada uno juzgue, reflexione y se cuestione de qué parte va a posicionarse. Mantengo hasta el momento que nada es imposible, y cambiar el mundo mucho menos. Los niños de hoy serán los dirigentes del mañana, está en nuestra mano enseñarles un mundo diferente, guiado bajo los valores ahora “inexistentes”, o seguir conformándonos con enseñar aquello que nos enseñaron de la manera que nos enseñaron.

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